Por Ethel Barylka
Los fragmentos de la Torá de Tazria y Metzorá son considerados de los más difíciles que tenemos para ser comentados y enseñados, tanto por los temas complejos y la cantidad de detalles que tratan, como por la incomodidad que puede traer aparejada su lectura.
Hay quienes tienen dificultad para relacionarse a los temas vinculados con la intimidad del ser humano y hay a quienes les es difícil aceptar el hecho que el judaísmo no trata sólo asuntos del espíritu sino que presenta también temas materiales.
Estas dos parshiot de la Torá se refieren en forma clara a la relación inseparable entre materia y espíritu, entre el cuerpo y el alma, con una profundidad que a veces nos resulta difícil de concebir. Aún hoy los puntos que relacionan el cuerpo y el espíritu dejan muchas preguntas a la investigación, incluso cuando intentan estudiarlos por medio de la neuroteología, que es también conocida como bioteología o neurociencia espiritual. Son temas llenos de misterios para el ser humano.
En medio de todo el aparato vinculado a los conceptos de impureza y pureza rituales aparece el mandamiento de la circuncisión:
“Habla a los hijos de Israel, y di: ‘En caso de que una mujer conciba descendencia y dé a luz un varón, tiene que ser inmunda siete días; como en los días de la impureza cuando está menstruando será inmunda. Y al octavo día a él se le circuncidará la carne de su prepucio. Por otros treinta y tres días ella se quedará en la sangre de purificación…” (Vaikrá –Lev. 12: 2-4). El precepto de la circuncisión nos es ya conocido desde nuestro patriarca Abraham tal como leemos “Y Hashem dijo a Abraham: “En cuanto a ti, tú has de guardar mi pacto, tú y tu descendencia después de ti según sus generaciones. Este es mi pacto que ustedes guardarán, entre yo y ustedes, incluso tu descendencia después de ti: Todo varón de ustedes tiene que ser circuncidado”.(Bereshit – Gén. 17: 9- 10). En estos últimos versículos del Génesis leemos el significado del acto de la circuncisión, pero la mayor parte de los exégetas coinciden que no aprendemos la norma de la circuncisión de lo acontecido con nuestro patriarca Abraham sino de los versículos del fragmento de la lectura de esta semana.
El precepto de la circuncisión por tanto es un mandato dado en el Sinaí que representa más que cualquier otro el servicio divino poniendo el cuerpo, con la complexión humana propiamente dicha. El judío no solamente debe creer en su corazón, sino también cumplir mandamientos divinos relacionados con su cuerpo, con su alimento, con su vestir y, con su vida amorosa. A diferencia de los animales, somos requeridos a elevarnos por encima del cuerpo y darle significado a la materia, darle espíritu, de hecho, dotarla de santidad. La inclusión de la santidad en la vida cotidiana es el verdadero desafío y el más difícil. ¿Cómo poder superar el apetito por la comida, por el sexo y por la fuerza?
El judaísmo nos exige que seamos humanos, generosos, empáticos y morales. Lo vemos confirmado en el profeta “Oigan la palabra de Hashem, hijos de Israel, porque Hashem tiene litigio contra los habitantes de la tierra, porque no hay verdad ni bondad amorosa ni conocimiento de Dios en la tierra. Hay la pronunciación de maldiciones y práctica de engaño y asesinato y robo y perpetración de adulterio que han estallado, y actos de derramamiento de sangre han tocado a otros actos de derramamiento de sangre”.Óseas (4:1-2)
Dios mismo está en litigio y controversia con nosotros cuando no cumplimos nuestro objetivo ético “…Por tanto, consagraos y sed santos, porque yo soy santo” (Levítico 11:44).
La relación entre Dios y el pueblo judío aparece como un matrimonio “Sucederá en aquel día declara Hashem «que Me llamarás Ishí (esposo mío) Y no Me llamarás más Baalí (mi señor).
Te desposaré conmigo para siempre; Sí, te desposaré conmigo en justicia y en derecho, en misericordia y en compasión; Te desposaré conmigo en fidelidad, Y tú conocerás a Dios”. (Óseas 2: 19-20)
En ese día será claro que somos hombre y mujer. Será claro que somos en igualdad. En respeto mutuo. Como en la Creación: “Dios creó al hombre a imagen Suya, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó”(Bereshit – Gén. 2: 27)
Para poder comprender esto, es necesaria una concepción muy particular de las relaciones entre el hombre y la mujer. Ellos, ambos, han recibido la orden de purificación a partir de la comprensión que su relación tiene características diferentes a la animal y que en ella tampoco hay una propiedad ni una posesión del macho sobre la hembra. Existe reciprocidad a partir del respeto del amor y del deber. Un pacto recíproco de “te desposaré en justicia y en derecho y en bondad amorosa y en misericordia”.
El pacto matrimonial es el ingreso asociado a un marco de obligaciones morales y éticas. También de santidad. La relación con Dios debe ser interpretada como una relación de amor y no de fuerza, ni de temor, ni de dependencia.
El pacto de matrimonio nos lleva de regreso al pacto de la circuncisión. Allí en el lugar más íntimo del hombre aparece la presencia de su humanidad. El hombre no es solamente macho que conquista, se aparea y copula, sino un ser humano. El pacto es parte de una máxima relación íntima entre el hombre y la mujer. Nuestro compromiso con el Pacto nos obliga a comprometernos con el prójimo. No se puede comprender de otra manera. No se puede percibir una sociedad que se llame así misma judía sin esa obligación primigenia de superar la fuerza. No se puede comprender una sociedad que se proclame judía sin el respeto mutuo entre el hombre y la mujer. “Y en aquel día tiene que ocurrir que [me] llamarás Mi esposo, y ya no me llamarás Mi dueño.”(Óseas 2:14), “Yo te haré mi esposa para siempre, y te daré como dote el derecho y la justicia,el amor y la compasión. Te daré como dote mi fidelidad, y entonces conocerás a Dios”.