Por Ethel Barylka
En el inicio de la parashá Jukat leemos acerca de la impureza ritual causada por la muerte: “Un hombre que es impurificado por la muerte, permanece impuro por siete días hasta poder ser purificado”. El exegeta francés del Siglo XIII Jizkuni explica “…enfatizó en lo relativo a la impureza del hombre sobre todas las impurezas… hasta convertirle en la “madre” de todas las impurezas para que los seres humanos no se apeguen a sus muertos por su amor a ellos y para que no se aflijan más de lo necesario y para que no hagan espiritismo ni magia… y por la dignidad de las personas exageró en esto (la impureza) para que nadie utilice su piel para hacer objetos o sus huesos para utensilios, porque es una falta de respeto a los seres humanos…”
Según Jizkuni hay tres motivos para esta posición y el segundo como vemos se refiere al paganismo: que no hagan espiritismo, que no se convierta al muerto y a su sepulcro en medios a través de los cuales el hombre intente entender su realidad y adivinar su futuro o esclarecer lo oculto…
Siguiendo esta visión no es el sepulcro del Tzadik el que realiza el cambio, sino la oración, la plegaria, el pedido, la apertura del corazón y la conexión genuina del hombre con la raíz de su existencia divina. Esto no acontece de manera mágica por las piedras del sepulcro o por el cuerpo del difunto. La función del muerto es regresar al polvo por la eternidad. No más que eso. No menos que eso.
En la continuación de la parashá leemos acerca del episodio de la serpiente de bronce: “Y Moshé hizo una serpiente de bronce y la puso sobre el asta; y sucedía que cuando una serpiente mordía a alguno, y éste miraba a la serpiente de bronce, vivía”. Bemidbar (Números) 21:9
A primera vista esto parece algo extraño ya que la Torá nos previene acerca de cualquier tipo de paganismo e idolatría y toda expresión de brujería o magia realizada con cualquier clase de objetos (Ver Devarim-Deut. 18; 9-13) y por otro lado aquí viene la Torá y nos relata que aparentemente este objeto concreto, la serpiente de bronce, puede sanar a las personas. ¿Acaso puede haber una expresión más burda para el paganismo que un objeto metálico que cura a las personas con solo dirigir la mirada hacia él? De hecho, muchos siglos después vemos que el pueblo convirtió a ese objeto, que aparentemente quedó guardado en el Santuario, en un talismán hasta tal punto que el rey Jizkiyahu que era un hombre que hacía lo correcto a los ojos de Dios “Quitó los lugares altos, derribó los pilares sagradosy cortó la Asherá. También hizo pedazos la serpiente de bronce que Moshé había hecho, porque hasta aquellos días los hijos de Israel le quemaban incienso; y la llamaban Nejushtán”. Melajim (Reyes) 2, 18:4.
A pesar de la prohibición, la serpiente se transformó en un objeto al que las personas le adjudicaban fuerzas sobrenaturales. Así dice el rabino, filósofo, talmudista, matemático, astrónomo y astrólogo Levi ben Gershon más conocido como Gersónides o Ralbag (1288-1344): “El pueblo de Israel lo defendía – pensaban que esta forma material tenía características divinas porque Moshé la había hecho y todo el que había sido mordido la miraba y se curaba y Jizkiyahu la llamó “el bronce de ellos” para dar a entender que esta figura no tenía ninguna fuerza más que la que tiene el simple metal. Jizkiyahu comprendió que a través de la destrucción del objeto, no sólo se evitaba el paganismo sino quedaría demostrado que no se trataba más que de un objeto de metal sin ninguna fuerza sobrenatural.
En el tratado de Rosh Hashaná 3, 8 aprendemos:
“y cuando Moshé levantaba sus manos vencía Israel (Shemot-Exodo 16) ¿Acaso las manos de Moshé hacen la guerra o detienen la guerra? Sino para decirte que mientras los hijos de Israel miraban hacia lo alto y sometían su corazón a su padre celestial triunfaban y si no lo hacían caían derrotados, al igual que está escrito: “Y Hashem dijo a Moshé: Hazte una serpiente abrasadora y ponla sobre un asta; y acontecerá que cuando todo el que sea mordido la mire, vivirá. Y Moshé hizo una serpiente de bronce y la puso sobre el asta; y sucedía que cuando una serpiente mordía a alguno, y éste miraba a la serpiente de bronce, vivía”. Bemidbar – Números 21:8
La mishná hace un paralelismo entre esos dos acontecimientos cuando lo que los une es casi casual. Es claro para todos que no son las manos de Moshé las que logran la victoria en la batalla así como es claro para todos que no es la serpiente de metal la que cura o mata. Al margen de esto la mishná pregunta otra cosa interesante: ¿cómo puede ser que el mismo objeto que da vida, mata? ¿Qué las mismas manos que traen la victoria, provoquen la derrota? Dos consecuencias opuestas causadas aparentemente por la misma causa. La respuesta es simple: la causa no son las manos, ni la serpiente sino que tanto en un caso como en el otro, encontramos la respuesta en el vínculo del hombre con Dios “en el momento que supeditan su corazón al Padre Celestial”.
Prestemos atención que no está escrito que todo depende de Dios, sino de la intención del hombre y de su predisposición y vínculo hacia Dios. La conexión del hombre con su fuente primera es la que le da la posibilidad de la cura, ya que la intención y la plegaria que parten de la profundidad del alma, sin ninguna valla entre ella y el Creador, ente ella y su esencia. El hombre sin intermediarios. El y su intención interna expuesta y auténtica. Sólo un fenómeno así tiene la fuerza de la terapia. Solo algo así tiene la fuerza de la victoria. Moshé no es poseedor de fuerzas especiales, ni lo es la serpiente de metal.
Rabinos, justos y hombres y mujeres ejemplares, puedes ser inspiradores, pero no pueden ocupar el lugar del vínculo directo del hombre con su Creador. Este vínculo es sólo interno y esencial al alma del hombre.