Por Ethel Barylka
Imagen: Gold and Pink Sky – Alejandra Okret
La lectura de la Torá que renovamos esta semana trae el relato del acto de la Creación. La Torá particular y nacional se abre con un aspecto universal, quizás para recordarnos que para eso está destinada: ser una doctrina del mundo, una ley para todas las naciones y no un bien nacional exclusivo y cerrado dentro de los cuatro codos de nuestro santuario nacional. “Sucederá en días futuros que el monte de la Casa del Señor será asentado en la cima de los montes y se alzará por encima de las colinas. Confluirán a él todas las naciones, y acudirán pueblos numerosos. Dirán: «Venid, subamos al monte del Señor, a la Casa del Dios de Jacob, para que él nos enseñe sus caminos y nosotros sigamos sus senderos». Pues de Sión saldrá la Ley, y de Jerusalén la palabra del Señor”. (Isaías, 2:2-3). Para recordarnos que es una Torá de vida,
De la parashá Bereshit y de la creación del hombre se deriva el principio básico de la vida que es también el sustrato primordial de todo el edificio social. “Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y varona los creó.” (Génesis 1: 28). El hombre fue creado Betzelem, a imagen divina, y de ahí surgen dos principios básicos: el principio de igualdad y el principio del amor humano. “Él [Rabí Akiva] decía: agradable es el hombre que fue creado Betzelem -a imagen divina-, recibió un cariño especial para ser creado Betzelem -a imagen divina-, como está escrito: (Génesis 9: 6): porque a imagen de Dios es hecho el hombre.” (Avot 3:14) o en palabras de Hilel “no hagas a tu prójimo lo que es odiado para ti” (Shabat 31a). Según Ben Azay de la creación del ser humano a imagen divina se deriva también la igualdad de los seres humanos: “Y amarás al prójimo como a ti mismo” (Vaykrá 19:18), Rabí Akiva dice que es el principio fundamental de la Torá. Ben Azay dice: “Este es el libro de la historia del hombre [el día en que Dios creó al hombre en la forma de Dios lo hizo]] “(Génesis 5: 6) – esta es una regla mayor que aquella. Sifra, Kedoshim, Parashá, 10.
Estos dos gigantes del pensamiento judío, surgen del mismo punto de partida, de la creación del hombre a imagen divina, para establecer a su manera los principios del pensamiento moral: el amor, y si se quiere en nuestro idioma el respeto y la igualdad. Todos fuimos creados a imagen divina, por lo que todos somos iguales. De ahí también el principio de vida. El derecho a la vida y la prohibición del asesinato que ya estaban incluidos en los siete mandamientos de los hijos de Noaj, incluso antes de la entrega de la Torá. Es decir, haber sido creados a imagen divina nos impone tanto el derecho a la igualdad, la vida, y la libertad, pero también el deber de preservarlos. La vida, la libertad, la igualdad. Y este es una obligación esencial. Es deber del hombre preservar su vida y la vida de quienes lo rodean, no solo evitando el daño, sino activamente “y guardarán sus almas” y también por el amor y la dignidad de los seres humanos.
Esta dignidad no es solo propiedad de tu pueblo, sino de la persona en tanto tal, también de tu enemigo. Después de la derrota de los amonitas y los moabitas, el pueblo cantó “Alabad al Señor por su misericordia para siempre” (Crónicas 2: 20, 21-22). Y sobre esto los sabios dijeron: “… ¿por qué no se dice “que es bueno” en esta declaración? Porque el Santo Bendito no se regodea con la derrota de los malvados” Meguilá 10 b.
Parece que en nuestro tiempo es necesario retroceder y refrescar el principio constitucional que se deriva de nuestra sagrada Torá. Parece que la renovación del fundamento de la Torá en el aspecto personal, significativo y relevante de la vida humana es lo que puede conducir al cumplimiento de la profecía del fin de los tiempos. La reducción, cierre y lectura de la Torá sólo desde el aspecto nacional, la priva de ese elemento muy importante.