Ethel Barylka
Son muchas las expresiones que empleamos cotidianamente que nos recuerdan la importancia de los votos, las promesas y los juramentos: “Hermosos juramentos se los lleva el viento”; “De quien no has tratado; no jures que es un hombre honrado”; “Juramento; juro y miento”; “La promesa del noble y honrado es dinero de contado”; “Una promesa forzada; ni es promesa ni es nada”; “De prometer a dar; hay unas leguas de mal andar”; “Los infiernos están llenos de votos y deseos buenos”; “El peligro pasado; el voto olvidado”.
El término hebreo “bli neder” – sin voto-, forma parte de nuestro vocabulario, pero no somos conscientes que tras de esos dos vocablos, se encuentra el versículo: “En caso de que un hombre haga un voto a Dios o jure un juramento para atar sobre su alma un voto de abstinencia, no debe violar su palabra. Conforme a todo lo que haya salido de su boca debe hacer” (Bemidbar-Números 30:3). Kohelet (5:4) nos enseña un principio fundamental: “Mejor es que no hagas voto que el que hagas voto y no pagues”.
Las palabras tienen peso y sentido, por su intermedio nos comunicamos con el prójimo; nos comprometemos con el otro, y cuando incumplimos, cambiamos la realidad. Cuando es quebrado el voto de amor que se expresa por la frase “Harey at mekudeshet li betabaat zo, kedat moshe veisrael” que el novio recita a la novia cuando coloca un anillo en su dedo y que significa «He aquí que estás santificado (prometido) conmigo con este anillo, según la Ley de Moisés e Israel”, se derrumba el mundo y las familias se destruyen. Cuando se trasgreden los contratos y acuerdos que se basan en la palabra, los negocios se anulan produciendo altos daños.
Rabenu Bejayé recuerda en su introducción a Parashat Matot: «…Que sea el hombre cuidadoso y temeroso, si jurare en nombre del Santo Bendito mentir o anular la verdad. Y dado que no hay pecado tan grave como el de incumplir un juramento, y el instinto del hombre es malo desde su juventud, y siempre está enfadado, y en su enojo, se apura y jura, la Torá quiso anteponer la solución al problema, permitiendo la anulación de la promesa por medio de una persona especializada, o de un tribunal de tres seglares.”
Este tema nos conduce a la cuestión de un juramento en vano. La Torá nos previno de un juramento en vano y de un juramento falso, para enseñarnos que pese a la importancia de las palabras neder y shevuá, -votos y juramentos- también puede existir una posibilidad de juramento en falso, y ello en períodos en los que la palabra, a diferencia de lo que sucede en nuestro tiempo, aún no había perdido su valor.
Transcribo aquí una historia que aparece originalmente en el Talmud en Masejet Nedarim, 25a, (ver también Shavuot 29ª), tal como la relata el gran Miguel de Cervantes Saavedra en su Quijote, muchos siglos después, cuando hacen creer a Sancho que ha sido nombrado gobernador de un pueblo llamado «la ínsula Barataria».
“De inmediato se presentaron dos ancianos, uno con un bastón de caña y el otro sin bastón, el cual dijo: Señor, a este buen hombre le preste diez escudos de oro con la condición de que me los devolviera cuando se nos pidiese. Dejé pasar muchos días sin pedírselos, para no ponerle en un aprieto, pero, como se descuidaba en la paga, se los he pedido una y muchas veces, y no solamente no me los devuelve, sino que dice que nunca le presté los escudos, y que si se los preste, que ya me los ha devuelto. Si ahora jura ante vuestra merced que me los ha dado, yo se los perdono. ¿Qué decís a esto, buen viejo del bastón? – preguntó Sancho. – Yo, señor, confieso que me los prestó, y si baja vuestra merced esa vara, juraría que se los he devuelto y pagado. Bajó el gobernador la vara, y el viejo que había de jurar le dio el bastón al otro viejo para que lo sostuviera mientras hacía el juramento, y luego puso su mano sobre la cruz de la barra del gobernador diciendo que era verdad que le había prestado los diez escudos pero que él los había devuelto con su propia mano. Al ver esto, el gran gobernador preguntó al acreedor qué respondía, y éste contestó que su deudor era buen cristiano, de modo que si había hecho el juramento es que le había devuelto los dineros y él se había olvidado. Y diciendo esto devolvió el bastón a su dueño, que salió del juzgado con la cabeza baja. Visto lo cual por Sancho, inclinó la cabeza sobre el pecho y, poniéndose el índice de la mano derecha sobre las cejas y las narices, estuvo como pensativo un pequeño espacio, y luego alzó la cabeza y mandó que llamasen al viejo del bastón. Cuando se lo trajeron, Sancho le dijo: – Dadme, buen hombre, ese bastón, que lo necesito. – De muy buena gana, señor. El viejo dio su bastón a Sancho, y Sancho se lo dio al otro viejo, y le dijo: – Andad con Dios, que ya estáis pagado. – ¿Yo, señor? ¿Acaso vale diez escudos de oro este bastón de caña? – Sí – dijo el gobernador -, o yo soy el más bobo del mundo. Y ahora se verá si tengo yo caletre (discernimiento) para gobernar todo un reino. Y mandó que allí, delante de todos, se rompiese y abriese la caña. Se hizo así, y dentro de ella se hallaron diez escudos de oro. Quedaron todos admirados y tuvieron a su gobernador por un nuevo Salomón.
Le preguntaron a Sancho cómo había sabido que los diez escudos estaban dentro de la caña, y respondió que lo sospechó al ver que el deudor le entregaba la caña al acreedor antes de jurar, por lo que podía decir en verdad que le había devuelto los ducados con su propia mano. Además él había oído contar al cura de su pueblo otro caso parecido, de todo lo cual se desprendía que Dios ayuda a los que gobiernan a tomar sus decisiones, aunque sean unos tontos. Así habló Sancho, y todos los presentes quedaron admirados de su buen juicio”.
Traemos aquí el texto del Talmud en Nedarim 25ª en el contexto de una discusión acerca de los votos:
«La Gemara responde: No, esta advertencia viene a excluir un caso similar al bastón de Rava, en el que una persona intenta engañar a la corte pero no utiliza necesariamente su propia terminología, ya que hubo cierto hombre que reclamó dinero de otra. Llegó ante Rava para adjudicar el caso. El acreedor le dijo al prestatario: Ve y devuélveme tu deuda. El prestatario le dijo: Ya te lo pagué. Rava le dijo: Si es así, ve a jurarle que le has pagado.
El prestatario fue y trajo un bastón hueco, colocó el dinero en su interior, se apoyó en él y fue a la corte. Le dijo al prestamista: Sostenga este bastón en su mano para que pueda prestar un juramento mientras sostengo el rollo de Torá. El prestatario tomó el rollo de la Torá y juró que había pagado la suma total que había tenido en su poder.
Ese acreedor luego se enojó al escuchar que el prestatario hizo un juramento falso y rompió ese bastón, y todas esas monedas colocadas en el interior cayeron al suelo. Y resultó que había hecho el juramento en la verdad, ya que había devuelto todo el dinero en el momento del juramento, dándole el bastón con el dinero dentro. Sin embargo, esta fue una táctica engañosa, ya que tenía la intención de que el acreedor le devolviera el bastón y el dinero que tenía después de haber prestado el juramento. Para evitar este tipo de engaño, se advierte a quien presta juramento que debe hacerlo de acuerdo con el entendimiento de la corte».
Este relato nos plantea la pregunta más difícil, el caso en el que formalmente el juramento es verdadero, pero, de hecho, no lo es.
El relato talmúdico anotado por Cervantes, nos recuerda las palabras de rabí Moshé Jaim Luzzato en Mesilat Yesharim, la Senda de los Justos, “por ello se acostumbre a sí mismo a ir con la verdad, que estudie Torá, y que reconozca la verdad… que no se abochorne por aceptar la verdad de toda persona, incluyendo al más pequeño entre los pequeños e incluso al innoble y de baja ralea, aún así que reciba su verdad, porque una piedra preciosa en manos de un indigno sigue siendo gema valiosa”