Por Ethel Barylka Ilustración: “Vías” (Maslulim) Alejandra Okret
Si hiciéramos una encuesta acerca de qué parte de la Torá es la más importante, conocida, o aquella que mejor condensa su mensaje, muchas personas dirían sin duda que los Diez Mandamientos. Sin embargo, esta semana leemos Parashat Kedoshim, que, de alguna manera, si concebiríamos este juego imaginario, tal vez sería la mejor candidata a ser la parte central del mensaje de la Torá, especialmente si tomamos el capítulo 19 de Vaykrá, con su precisión de normas.
En esta época de pandemia muchos han vuelto a preguntarse ¿Cuál es el sentido de la existencia? ¿Qué es lo que realmente cuenta? A lo largo de la historia, filósofos y pensadores han intentado dar sus respuestas. El judaísmo, a su manera, lo hizo, en el cap. 19 de Vaykrá, “Seréis santos, porque Yo soy santo”, una santidad que no es un hecho, sino un desafío cuyo mapa de ruta está en de los detallados mandamientos que siguen a continuación, desde “reverenciar a su madre y a su padre”, hasta “el no pondrás obstáculo delante del ciego”, pasando por el “no odiarás en tu corazón” hasta “no recogerás el fruto caído de tu viña, lo dejarás para el pobre”.
Vivir tratando de corregir y mejorar el mundo es lo que da sentido a la vida, esa es la misión, más que la búsqueda de la felicidad hedonista y utilitaria. Mucho más que la acumulación de bienes o el consumismo.
El sentido se encuentra en aquel lugar que hace que pongamos en práctica nuestra esencia humana, nuestra esencia divina. Dejar de mirarnos el ombligo, pero sin olvidarnos de nosotros, un equilibrio difícil de cuidar entre Tú y Yo, entre Yo y el Otro. En el “amarás a tu prójimo como a ti mismo” está el semejante, el próximo, pero también el “tú mismo”. El sentido de la vida en el judaísmo no se vincula tampoco como algunos piensan, al mundo venidero, sino al aquí y al ahora. No se justifica el sufrimiento de hoy, por la bienaventuranza del mañana. En palabras de la mishná “es más preciada una hora de teshuvá y buenas acciones en este mundo, que toda la vida en el mundo venidero” (Avot 4).
Lo que cuenta es el sentido de las acciones y la vida aquí y ahora. Debemos ser parte e involucrarnos a través de la acción, porque la vida no es contemplativa. Tampoco tenemos obligación de terminar la tarea, pero no estamos exentos de realizar nuestra parte, dice Pirkei Avot.
Más aún, no es sólo la acción sino el compromiso, la pasión. “La clave, de hecho, es la pasión, ardor y entusiasmo que es importante por derecho propio como componente de Avodat Hashem –el Servicio Divino-, y la pasión que posee la clave para el desarrollo de otros componentes, en el sentido de “Yirató kodemet lejojmató” – (Avot 3: 9), donde el temor reverencial a lo celestial es anterior a la sabiduría. Como padres y educadores deberíamos estar preparados para sacrificar, e incluso sacrificar considerablemente, una medida de logro intelectual objetivo. La sensación de que, de hecho, las palabras de la Torá son “jayienu veorej yameinu, nuestro motivo de vida y factor de nuestra continuación, es mucho más importante que el conocimiento”, dice el Rav Aharon Lichtenstein.
En otras palabras, el conocimiento intelectual en sí fundamental, no es el centro de nuestra existencia humana, sino la pasión, que nos lleva al compromiso y a la acción.
Levinas, a su manera explica “Que la relación con lo divino atraviesa la relación con los hombres y coincide con la justicia social, tal es el espíritu de la Biblia Judía. Moisés y los profetas no se preocuparon por la inmortalidad del alma sino por el pobre, la viuda, el huérfano y el extranjero. La relación con el hombre donde tiene lugar el contacto con lo divino no es una suerte de amistad espiritual, sino aquella que se manifiesta, se experimenta y se realiza en una economía justa de cuya carga cada hombre es totalmente responsable. ‘¿Por qué tu Dios, que es el Dios de los pobres, no alimenta a los pobres?’ un romano le pregunta al rabino Akiva. ‘Para que podamos escapar de la condena “, responde el rabino Akiva. Y no es posible encontrar un enunciado más firme acerca de la imposible situación en que Dios se encuentra, aquella de aceptar las obligaciones y responsabilidades del hombre. La responsabilidad del hombre con respecto al hombre es tal que Dios no puede anularla”. (Levinas – Una religión para adultos – pp. 99-100).
La paradoja de la libertad absoluta del hombre en relación a su Creador es el más grande de los desafíos. El sentido último de la vida no cambia con la pandemia o sin ella, pero son las situaciones de crisis las que pueden ayudarnos a repensar nuestro lugar, nuestro compromiso, nuestra pasión, en definitiva, cual es la misión que nos toca asumir.
Hoy festejamos 72 años (el artículo fue escrito en 2020) de la independencia, vemos ante nuestros ojos la realidad del logro de todos aquellos que tuvieron claro su camino, su compromiso, su pasión. Cada uno a su manera contribuyó a que podamos gozar de la libertad como nación. Nos toca a nosotros aportar la nuestra.
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