Mujer y Judaismo

Los Carvajal eran una familia de conversos hispano-portugueses en el México colonial cuyos juicios por herejía judaizante en la década de 1590 les trajeron fama e infamia como víctimas del Santo Oficio de la Inquisición. Su patriarca, Luis el Viejo, fue un sincero converso y conquistador, y su sobrino, Luis el Joven, dejó un registro escrito de sus creencias prohibidas. Sin embargo, la mayoría de los judíos secretos entre los Carvajal eran mujeres, desde Guiomar Núñez, esposa del mayor Luis, hasta su sobrina menor, Ana. Su determinación de crear una identidad judía en el hogar a través de la oración, la observancia de las fiestas y los ritos culinarios muestra la importancia de las mujeres para la supervivencia del criptojudaísmo durante la era de la Inquisición posterior a 1492, al tiempo que ilustra la tensión intrafamiliar que este sistema de creencias causó.

Un siglo después de la expulsión de los judíos de España en 1492, las mujeres estaban mejor posicionadas que los hombres para preservar los principios básicos del judaísmo en los territorios españoles, ya que su primacía en el hogar les permitía crear una identidad visible para sus familias, pero no, con suerte, para los forasteros. Al igual que sus compañeras cripto-judías, las mujeres Carvajal vivieron su fe proscrita en ese espacio confinado, a través de prácticas culinarias, la observancia de días festivos clave y una liturgia que, en su aislamiento espiritual y geográfico, creían que se aproximaba al judaísmo normativo.

Dada la necesidad de mantener el secreto y la apariencia de un cristianismo sincero, gran parte del judaísmo secreto de la familia consistía en un “hacer por no hacer”, particularmente en torno a la comida. Junto con Luis el Joven, las mujeres, especialmente la hermana mayor de Luis, Isabel, ayunaban regularmente, a menudo varias veces por semana, y se aproximaban a las reglas del kashrut al evitar la carne de cerdo y sacrificar otros animales drenando la sangre y extirpando el nervio ciático. Las mujeres ayunaron para buscar el perdón divino por vivir exteriormente como católicas y para conmemorar heroínas bíblicas como Ester y, de los apócrifos, Judith, a quienes veneraban por resistir la opresión de la identidad judía. Los elementos sincréticos de sus prácticas muestran la influencia de la cultura católica circundante que los Carvajal intentaban negar.

Al vivir en casas en la Ciudad de México que los esposos de Catalina y Leonor habían comprado, las mujeres de Carvajal se preparaban para el sábado tan a menudo como las circunstancias lo permitían. Asimismo, observaron las tres fiestas más importantes para los criptojudíos ibéricos: el “Gran Día” de otoño, para Yom Kipur; la fiesta de Ester en marzo, para Purim; y la fiesta de los panes sin levadura (Pesaj). El pan que comieron para este tercer festival era casi indistinguible de las tortillas de harina de maíz que se comen comúnmente en la Nueva España. Estas tres fiestas resonaron en generaciones de judíos secretos por sus temas de arrepentimiento por conversión forzada.

La liturgia cripto-judía generalmente consistía en expresiones orales de identidad judía arraigadas en la Biblia, más que en las enseñanzas y comentarios del Talmud. Excepto el Shemá, una versión de la cual recitaron en hebreo, los Carvajal oraron en español, cantando versos de los Salmos, fragmentos quizás de Daniel, y los que escribió el mismo Luis el Joven (Cohen, 135-36; Liebman, el iluminado, 40-41). Isabel se unió a su hermano Luis dirigiendo estos servicios de oración, quizás debido a su mayor nivel de educación y un estatus derivado de ser una viuda sin hijos que le permitió dedicarse a la educación judía de sus hermanos menores (Colbert Cairns, 596). Esta dedicación audaz y temeraria contrastaba con el pragmatismo de su tío Luis el Viejo, exponiendo una diferencia irreconciliable entre la fe y la aceptación de la realidad circundante que amenazaba con dividir a las familias conversas.

 

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