Por Ethel Barylka
Este Shabat se conoce como Shabat Jazón por las primeras palabras de la haftará que se acostumbra leer en él: “La visión (jazón) de Isaías el hijo de Amoz… en los días de Uzías, Jotán, Acaz [y] Ezequías, reyes de Judá: Oigan, cielos, y presta oído, tierra, porque el Eterno ha hablado: “Hijos he criado y educado, pero ellos mismos se han sublevado contra mí. Un toro conoce bien a su comprador, y el asno el pesebre de su dueño; Israel mismo no ha conocido, mi propio pueblo no se ha portado con entendimiento” (Isaías 1:1).
Mucho se ha escrito acerca de la íntima relación del texto de Devarim que se lee con el de Isaías y de su lectura en el sábado anterior al ayuno del 9 de av.
El libro de Devarim, quinto y último del Pentateuco, es llamado también Mishné Torá, porque trae un compendio de los cuatro libros anteriores, y se caracteriza por el mensaje de Moshé: “Estas son las palabras que Moshé habló a todo Israel en la región del Jordán en el desierto, en las llanuras desérticas enfrente de Suf, entre Parán y Tófel y Labán y Hazerot y Dizahab, a once días de viaje desde Horeb por camino del monte Seír hasta Qadésh-barnea” (Deuteronomio 1:1).
Hasta ahora habíamos encontrado los mensajes de boca del mismo D-s en la voz de Moshé, quien sólo las trasladaba al pueblo. La intermediación de Moshé posibilitaba que las personas puedan comprender exactamente el mensaje divino y de sus palabras se desprende la Torá Oral, que es la Ley Viviente, interpretada y estudiada en todas las generaciones. Ahora el texto comienza con la voz de Moshé en primera persona. Esas palabras no quedaron grabadas en piedras que podrían hacerse polvo. Las Tablas de la Ley no se petrificaron ni se totemizaron y sus fragmentos no se convirtieron en amuletos.
La Torá vive en cuanto es estudiada e implementada en la vida cotidiana. Así como la letra del texto presenta cualidades divinas conocidas en los seres humanos, el Talmud en Brajot, 31 b, nos enseña que la Torá nos “habló en el lenguaje de las personas”, quizás porque es necesaria una lectura humana para darle significado a la vida.
La Ley necesita del ser humano y su significado se dirige a él.
La profecía no es un oráculo del cual no se puede huir como en las tragedias griegas, sino su cumplimiento depende de las acciones humanas.
La profecía es admonición, amonestación, llamada de atención, reconvención, regaño, reprensión; conminación, exhortación, que trata de despertarnos también en nuestros días y recordarnos que tenemos en nuestras manos la posibilidad de su cumplimiento y la responsabilidad por nuestras propias acciones frente a nosotros mismos, nuestras familias, nuestros pueblos y la humanidad toda. Es la esperanza para un futuro mejor.
La descripción de las tragedias, calamidades, catástrofes, y los desastres, se cierra con la visión de la redención.
Pero…, esa redención no es un anuncio de felicidad ni de riqueza, sino una profecía de justicia y equidad: “Y de veras volveré mi mano sobre ti, y eliminaré por fundición tu escoria espumajosa como con lejía, y ciertamente quitaré todos tus desperdicios. Y ciertamente traeré de vuelta otra vez jueces para ti como al principio, y consejeros para ti como al comienzo. Después de esto se te llamará Ciudad de Justicia, Población Fiel. Con equidad Sión misma será redimida, y los de ella que vuelven, con justicia. Y el ruidoso estrellarse de los sublevadores y el de los pecadores será al mismo tiempo, y los que dejan al Eterno se desharán. Porque ellos se avergonzarán de los poderosos árboles que ustedes desearon, y ustedes quedarán corridos a causa de los jardines que han escogido. Porque llegarán a ser como un árbol grande cuyo follaje se marchita, y como un jardín que no tiene agua. Y el hombre vigoroso llegará a ser estopa, y el producto de su actividad una chispa; y ambos se harán llamas al mismo tiempo, sin que haya quien extinga” (Isaías 1:25-31)
Moshé continúa asimismo hablando de la justicia: “¿Cómo puedo llevar yo solo la carga que son ustedes y el peso que son, y su reñir? Consigan de sus tribus hombres sabios y discretos y experimentados, para que yo los establezca como cabezas sobre ustedes’. Ante esto, ustedes me contestaron y dijeron: ‘La cosa que has hablado para que la hagamos es buena’. De modo que tomé los cabezas de sus tribus, hombres sabios y experimentados, y los puse como cabezas sobre ustedes: jefes de millares y jefes de centenas y jefes de cincuentenas y jefes de decenas y oficiales de sus tribus” (Deuteronomio 1:12-15).
Y Moshé nos da la posibilidad de elegir: “Porque este mandamiento que te estoy mandando hoy no es demasiado difícil para ti, ni está lejos. No está en los cielos, para que se diga: ‘¿Quién ascenderá por nosotros a los cielos y nos lo conseguirá, para que nos deje oírlo para que lo pongamos por obra?’. Tampoco está al otro lado del mar, para que se diga: ‘¿Quién pasará por nosotros al otro lado del mar y nos lo conseguirá, para que nos deje oírlo para que lo pongamos por obra?’. Porque la palabra está muy cerca de ti, en tu propia boca y en tu propio corazón, para que la pongas por obra (Deuteronomio 30: 11-14).
Don Isaac Abarbanel no explicaba: “el precepto del arrepentimiento y la constricción… es el remedio para todas las enfermedades y la reparación de todas las maldiciones, (por eso dijo) “no está en los cielos”, dándonos a entender que la utilidad del arrepentimiento, merece convertirse en una escala para ascender a las altura celestiales y tomarla de allí… porque todo lo que es posible que la persona realice, amerita ser realizado”.
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