Por Aliza Toker
Cuando alguien habla atestigua. Da fe de lo que dice y refiere siempre a otro. La lengua tiene poder y dominio pero debe encontrar la hospitalidad en el que escucha y debemos estar atentos a su vez de la hostilidad que puede aparecer. El amo finge que se apropia de la lengua para imponerla como suya.
Estar en la lengua, es estar en casa. A lo largo de nuestra historia y en la dispersión inventamos nuestras lenguas o debimos adaptar la lengua del que hospeda. Ese riesgo nos pone frente a nuestro carácter identitario y a la necesidad de enfrentar el peligro de perder nuestra memoria ancestral.
Hoy tenemos una lengua propia, pero no todos la hablan. Entonces comprendemos que no es solo nuestra lengua, sino la lengua del otro. La conciencia de que la única lengua de la que me valgo al hablar es la lengua del otro. Hay que escucharse y escuchar hablar para poder decir.
Se habita una lengua.
Emmanuel Levinas sostiene que la esencia del lenguaje es amistad, hospitalidad es una lengua de llegada de porvenir, una frase que promete vida.
Cuando se habla o se escribe se tiende una mano al otro, se trata de tocar al otro para agradecer el don de esa lengua.
Una lengua llama, convoca al anfitrión.
Jacques Derrida dice: Cada vez que abro la boca prometo”. Se va desde la singularidad a una reunión de la diferencia. La lengua está en el otro, viene del otro. La promesa es un saludo dirigido a otro muy otro.
Entonces estoy comprometido y soy responsable del otro. Esta es la singularidad de lo judío. Y ese otro me compete en su alteridad, en su diferencia. Es allí donde encuentro la lengua y me encuentro a mí mismo. No puedo ser yo sin otro absolutamente diferente. Por eso miro su rostro, sus ojos y puedo hablar.
De nuestro rey Salomón se dice que tenía un corazón sabio. Se mira y se comprende también desde el corazón para que haya justicia.
Es por eso que mi responsabilidad no está solo en la palabra dicha sino en mis actos. Estar junto al otro es cuidar de mi lengua y es escuchar.
En la Parashá Lej Lejá hay una escucha atenta de Abraham a la voz de Dios que implica su responsabilidad y propia elección en el camino a emprender. El Shemá es escucha. Para comunicarnos es vital la escucha. No estamos solos. Nuestra escucha y nuestra lengua nos interpela a la honestidad intelectual y afectiva.
Trayendo nuevamente a Levinas: “No matarás”, aparece como el principio mismo del discurso y de la vida espiritual. La imposibilidad de matar es moral. La visión del rostro no es una experiencia, sino una salida de uno mismo, un contacto con un ser otro”.
Como dijeron nuestros sabios en Pirkei Avot: Cuando quieras a alguien, no lo quieras a tu manera, sino que quiérelo a su manera.