Mujer y Judaismo

Por Ethel Barylka                                                          Ilustración: Alejandra Okret

Este Shabat leemos Parashat Sheminí que nos presenta temas de santidad e impureza, conceptos que no son nada fáciles de comprender.

Hay en nuestra generación un despertar de espiritualidad y misticismo que puede verse como una bendición, si la comparamos con generaciones pasadas imbuidas únicamente en el racionalismo puro. Sin embargo, aún así, hay cierta devaluación de términos como pureza y santidad.

Personas, tumbas, libros y objetos de todo tipo, se convierten en espacios de culto y ritual y muchos los identifican como “santos”.

La lectura de esta semana puede ser un recordatorio de que los asuntos sagrados son, por un lado, increíblemente simples y, por el otro, difíciles de alcanzar.

Redescubriremos que la santidad, no es una situación dada, sino una demanda hacia el hombre y se expresa en todos los niveles de su comportamiento, tal como se da con los alimentos permitidos y prohibidos. Después de una larga lista de lo que está concedido e indebido llevar a la boca, la Torá dice: “No os hagáis inmundos con ninguna clase de bicho que se arrastra, ni os hagáis impuros con ellos, para que no os contaminéis por su causa.  Porque yo soy, el Señor, vuestro Dios; santificaos y sed santos, pues yo soy santo. No os haréis impuros con ninguno de esos bichos que se arrastran por el suelo. Pues yo soy el Señor, el que os he subido de la tierra de Egipto, para ser vuestro Dios. Sed, pues, santos porque yo soy santo. Esta es la ley acerca de los animales, de las aves, y de todos los seres vivientes que se mueven en el agua, y de todos los que andan arrastrándose sobre la tierra; para que hagáis distinción entre lo impuro y lo puro, entre el animal que puede comerse y el que no puede comerse.” (Levítico, 11).

Del texto bíblico se entienden hechos simples, el primero de los cuales es: No sois santos. Dios es santo. Pero, como humanos, tenéis el potencial para alcanzar y consumar la santidad.

Parashat Sheminí, es, por así decirlo, una especie de guía para alcanzar la santidad y no porque si comemos una determinada comida nos convertirá en una especie de milagrero o santo, sino porque la santidad está relacionada con el esfuerzo de limitarte, de rechazar la satisfacción indiscriminada, de no comer lo que quieras y cómo quieras.

Es posible que el hombre moderno libre y con posibilidades económicas, que se sirve en su plato eligiendo de la abundancia del mundo, estas pautas puedan parecerle carentes de sentido. El problema parece residir en el malentendido básico de que no es la comida lo que importa, sino la diferencia y la limitación.

Sforno dice: “No te contamines con ellos de manera que seas inmundo y eso sucederá al comerlos. Porque mientras yo sea “tu Dios”, quiero que sean santificados y se preparen para la santidad. Ser santo y puro al conocer a tu Creador. Que te esfuerces por santificar y ser santo, para hacer mi voluntad, porque quise decir que te saqué de la tierra de Egipto para que pudieras lograr que yo sea tu Dios inmediato, y que seas santo y eterno en tu semejanza a mí en medida e inteligencia”.

También en la continuación de las palabras en Parashat Kedoshim, la escritura dirá: “Habla a toda la congregación de los hijos de Israel y diles: ‘Seréis santos, porque yo soy el Señor vuestro Dios’ (Levítico 19:1) y Rashí explica:  separados estaréis de la transgresión y del incesto.

Como en nuestra parashá, se le ordena al hombre de Israel que se retire, que se distancie, que se controle a sí mismo y a sus deseos. La santidad no está en el celibato, sino que se expresa en la moderación, la mesura y la capacidad de comportarse de acuerdo con una determinada norma en la vida diaria. La santidad es una aspiración constante que nos presenta un desafío diario precisamente en las acciones más simples, las mismas acciones que fácilmente pueden degenerar en particular en conductas bestiales. La prohibición llega y nos recuerda que no somos animales sin principios, al igual que lo hace la bendición de gracias por lo que comemos.

Algunos ven la prohibición como un intento de reducir la libertad de la persona, pero parece ser cierto lo contrario. El hombre aprende su singularidad del límite y la proscripción. Hay en este mandamiento una dimensión educativa esencial, para enseñarnos a ser seres humanos. Una persona que aprende a controlarse, a poner límites, una persona que aprende a reconocer el bien, puede de hecho dar sus primeros pasos hacia la concreción de su santidad humana. Él no nos ordena ser divinos, sino ser humanos.

Dice el rabino Hirsch: “Desde el primer grado de “os santificaréis” cuando aún los deseos sensuales son resisten, y deben ser superados reconociendo el deber moral, se nos dice “No te contamines”, y “no te impurifiques” sino que debes lograr el conocimiento moral”. Pero el primer grado es solo un primer grado. No pensemos que guardar reglas de alimentación Kosher, harán santa a una persona.  No es suficiente comer tal o cual shejitá, o de esta o aquella supervisión rabínica.

La prohibición de alimentos, por así decirlo, es la obra de infraestructura. Aprender a postergar la satisfacción inmediata, lidiar con las limitaciones humanas que son también el potencial para su grandeza. De ahí partimos para aspirar a la concreción de la moral divina.

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