Por Ethel Barylka Ilustración: @artwork_by_leah
Parashat Lej Lejá nos trae algunos ejemplos prácticos de la expresión “lo que pasó con los padres es una señal [enseñanza] para los hijos” (ver Ramban para Génesis 12:6), con la elección de nuestro antepasado Abraham.
Abraham que dejó todo lo que era precioso para él para conectarse con su fe, abandonar su tierra, su patria y la casa de su padre y marchar a una tierra desconocida por él, su disposición a circuncidarse a sí mismo cuando tenía noventa y nueve años, y el cumplimiento del mandamiento de la liberación de los cautivos incluso cuando implicaba peligro de la vida. Abraham es un héroe de guerra, un hacedor de paz, y un adherente entusiasta de la justicia divina, que eligió ir en los caminos de Hashem con amor.
A diferencia de su padre Teraj, que se dirigió a la tierra de Canaán y llegó a Harán, se asentó allí, y no continuó en el camino, y no llegó a la tierra esperada. Abraham era una persona de convicción y tuvo el privilegio de construir una nación. La diferencia entre Teraj y su hijo es, entre otras cosas, que Teraj solo quería cambiar de lugar para “cambiar la suerte” (ver Baba Metzia 75b) mientras que Abraham recibe la orden de partir – Lej Lejá – en su totalidad. Abraham parecería estar señalandonos que también debemos pasar por el Lej Lejá individual con amor.
En la Haftará, la profecía de Isaías menciona a Abraham: “simiente de Abraham mi amigo (amado)” (41:9). Quizás porque por el poder del amor Abraham dejó todo lo que le era cercano y familiar y se atrevió a seguir la palabra divina, hacia una tierra desconocida. Una tierra que es tanto un distrito físico como un distrito espiritual. Otro profeta, Yermiahu (2:2) menciona el deambular de los hijos de Abraham generaciones más tarde: “De ti recuerdo el cariño de tu juventud, el amor de tu desposorio, de cuando me seguías en el desierto, por tierra no sembrada”.
Abraham va de un lugar a otro para invocar el nombre de Dios con el poder del amor. El caminar constante es un indicio de ir y venir. El movimiento implica el andar. Caminando hacia el destino, hasta que Dios se vuelve hacia él “”anda en mi presencia y sé perfecto” (Génesis 17:1). Quizás también para insinuarnos que el camino que Dios puso ante Abraham está abierto a cualquiera que quiera transitar en Sus caminos en perfección y plenitud.
Pero el amor es un hecho dinámico que debe renovarse con frecuencia. También es recíproco:
¨”Pero tú, Israel, siervo mío, Jacob, a quien he escogido, descendiente de Abraham, mi amigo; tú, a quien tomé de los confines de la tierra y desde sus lugares más remotos te llamé, y te dije: “Mi siervo eres tú; yo te he escogido y no te he rechazado” (Yeshayahu 41:8-9). Requiere una elección que no todos pueden soportar. Demanda responsabilidad y esfuerzo. Yaakov tuvo éxito, Esav y su tío Yishmael no tuvieron éxito. Tiene éxito quien lo intenta y supera las dificultades y obstáculos.
Abraham descuella en su rescate para salvar a su sobrino Lot del cautiverio:
“Y tomaron también a Lot, sobrino de Abram, con todas sus posesiones, pues él habitaba en Sodoma, y partieron. Y uno de los que escaparon vino y se lo hizo saber a Abram el hebreo… Al oír Abram que su pariente había sido llevado cautivo, movilizó a sus hombres adiestrados nacidos en su casa, trescientos dieciocho, y salió en su persecución hasta Dan” (Bereshit 14:12-17).
Demás está marcar la importancia de la liberación de los cautivos en nuestros días. Como dice Maimónides, “Y no tienes una gran mitzvá mayor que la de la redención de los cautivos” [Halajot Matanot Aniyim, Capítulo 8, Halajá 10]. Y así también en el Shulján Aruj: “Cada momento que se retrasa en liberar a los cautivos, cuando se puede hacerlo, es como si derramara sangre” (Yoré Deá. 152,3).
Esperamos que nosotros también, como Abraham nuestro padre, nos esforcemos por caminar ante Él en inocencia y plenitud, a partir del amor y para traer justicia a nuestro mundo.