Por Ethel Barylka imagen: Amit Luria
El shabat anterior a Yom Kipur, se llama Shabat Shuvá, por la haftará que se lee y que comienza con las palabras Shuvá Israel, de Oseas 14:1 «… Vuelve, oh Israel, al SEÑOR tu Dios, Pues has tropezado a causa de tu pecado».
Después de tres shabatot en los que lamentamos la destrucción, necesitamos siete semanas para consolarnos, ya que siempre es más difícil la consolación que la desgracia.
El trauma es breve, la curación larga y tediosa. Enseguida tenemos dos shabatot de arrepentimiento cuyas haftarot comienzan con las palabras: «Dirshu» y «Shuva», como para sugerirnos que después del «regreso», recién viene la redención. Destrucción, consuelo, arrepentimiento, son los tres elementos que pueden traer esperanza de redención.
Nuestros sabios ya se refirieron al orden de las lecturas (Ver Tosafot Meguilá 31), parecería que para poder lograr una redención verdadera, el pueblo debe regresar a Dios. Doce sábados crean un proceso continuo que comienza con desgracia y adversidad y finalizan con esperanza. Si bien se trata de la descripción de un proceso nacional, podemos ver en él una metáfora de un proceso personal.
Después de la destrucción, la ruina, y la sacudida y el trauma que esto que provoca, lentamente llega el consuelo que permite una clara visión que facilita el regreso a Dios. Así después de una ruptura personal, una crisis, y la aceptación y consuelo posterior puede el individuo volver al yo con mayor honestidad y profundidad. Sin falsedades y autoengaños. Paso a paso puede auto contemplarse y regresar a la verdadera esencia del alma, que suponemos es buena y pura.
Acerca de ello dice el rav Kuk; «la primera teshuvá, ilumina rápidamente la oscuridad es que el hombre regrese a sí mismo, a la raíz de su alma… cuyo deterioro, se produce siempre porque se olvida a sí misma» (Orot Hashavúa 5:10). El alma se olvida de sí misma, se exilia de su propio yo, como dijo el rav al explicar el versículo: «que estando yo en medio del exilio…» (Ver Orot Hakodesh, 2:97 sobre Yejezquel 1:1)
El encanto de la expresión Shuvá – regreso, es distinto del concepto «arrepentimiento»… el arrepentimiento no parece condición suficiente, tampoco pese a que es imprescindible para la reparación. La teshuvá comprende dentro de si el arrepentimiento, pero, es mucho más que ello. Es más amplia… Más profunda, es más omnicomprensiva en el sentido que toca todos los aspectos del alma de la persona.
Cuando hay una situación de destrucción personal, provocada sea por una desgracia o por una mala elección de la vida, muchas veces hay un nivel de enajenación del medio y en particular de uno mismo. La Teshuvá, entonces es también un regreso a la intimidad, a lo más valioso de nuestra existencia, a la esencia, y como tal a aquel punto que nos une con lo divino que hay en nosotros. El punto que nos recuerda que fuimos creados a Su imagen y que hay posibilidad de reparación, aun si fuese dificultosa. Y en ese instante, cuando el yo regresa a su esencia, existe la esperanza de una liberación verdadera.
En una época tan preocupada por la búsqueda de la felicidad y su significado, este asunto puede ser de gran importancia. La persona alienada de sí misma no puede sentir felicidad. Está incompleta. No fluye, sino que se retuerce en su alma. Se pone en un estado de búsqueda y rema en el lugar equivocado, toda la energía de la vida está puesta en mantener la distancia de sí mismo para que no encuentre allí algo que no le guste. La verdadera Teshuvá, requiere coraje, fuerza y respeto por uno mismo. Una persona inmersa en la autocompasión no puede volver a sí misma ni a su Dios.
El arrepentimiento requiere una tremenda fuerza mental y espiritual de nuestra parte. Mirar el espejo interior del alma no siempre es sencillo, pero una sensación de liberación y redención, y de verdadera felicidad nos acompaña cuando lo logramos.
Los Diez Días de Arrepentimiento son una gran oportunidad para romper la conexión incorrecta entre la felicidad y el placer. La verdadera felicidad está ahí, en conexión con la esencia personal dentro de mí, que es lo humano dentro de mí y, como tal, también lo divino dentro de mí. En este lugar, aunque a veces no sea placentero, encontraré el sentido, la lógica interior de la vida, que le darán felicidad a mi existencia en la tierra. El trabajo interno que se nos exige en estos días es entre nosotros y nuestra propia biografía, es entre nosotros y el Creador del mundo.
Tendremos el privilegio de llegar a Shabat Shuvá después de Rosh Hashaná donde volvimos a leer la historia de Janá orando por el nacimiento de un hijo («Janá habla de su corazón, solo sus labios se mueven y su voz no será escuchada y es considerada borracha» (Samuel 1: 1).
Janá, que habla desde su corazón, a su corazón, está conectada con su interioridad y su esencia crea una «línea directa» con Dios a través de su oración. El Midrash dice «Los justos, tienen el corazón a su servicio, porque está escrito que Janá habla a su corazón» (Bereshit Raba 67.) Los justos, su alma y su corazón no son desterrados de ellos, viven sin alienación, sin autoengaños.
La oración de Jana recibe respuesta. La oración que nace desde lo más recóndito de su ser, sin condicionamientos, cuando con absoluta sinceridad se atreve a pronunciar las palabras. Se atreve a deducir de su corazón lo que es correcto y verdadero para ella.
Se acercan días de oración. Días de arrepentimiento y esperanza.
Jatimá Tová!
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