PUBLICADO POR NUEVA SION 21 DE MARZO 2023
Por Ethel Barylka
El judaísmo es un llamado a la libertad del hombre y Pesaj, su emblema.
“¿Cómo concibe el judaísmo lo humano? –pregunta Levinas–. ¿Cómo integrará la exigencia de una libertad casi vertiginosa en su deseo de trascendencia?” y responde: “sintiendo la presencia de Dios a través de la relación con el hombre. La relación ética aparecerá en el judaísmo como relación excepcional, en ella el contacto con un ser exterior, en lugar de comprometer la soberanía humana, la instituye y la inviste”.
La libertad no es esa ruptura explosiva de las cadenas. Es la liberación del yugo humano para entender el sentido de la vida, la misión, la trascendencia. En las palabras de Yehuda Haleví, “los siervos del tiempo, son esclavos de esclavos, solo el siervo de Dios es libre”. O, dicho de otro modo, solo la posibilidad de entender que no estamos sometidos más que al mandato divino de los valores nos da la oportunidad de no arrodillarnos ni someternos a ninguna otra fuerza y a ningún otro poder y mucho menos al capricho de algún gobernante humano.
El pensamiento judío, al evocar a un Dios trascendente, liberó al hombre de sus ataduras mitológicas a lo concreto, lo numinoso, lo mágico, para conducirlo hacia un camino de libertad y autonomía que lo compromete y lo subjetiviza. Pero no solo el hombre deja de ser objeto, sino también Dios. No habrá más dios-becerro, ni dios-sol, ni dios de las tormentas. Ya no se trata de un dios-objeto y por lo tanto no necesita de hombres-objetos, de hombres-esclavos, de hombres-instrumentos. El Amo del Universo es libre y crea a sus criaturas a su Imagen, para que así lo sean. El desafío parecería consistir en la pregunta de si somos capaces de asumir esa libertad, que obliga de modo ineludible a la responsabilidad.
La libertad, así como la noche de Pesaj, está encuadrada en un orden, un sentido, que es aquel que convierte al humano responsable de la humanidad.
Nisán se convierte así en paradigma de Redención: es el modelo de la redención pasada, y nos presenta el modelo de la redención futura. Así, une pasado y futuro. Pesaj no es solo el relato del pasado; si así lo fuera habría perdido su vitalidad y significado y no hubiera perdurado a lo largo de los siglos. No en vano “habló Dios a Moshé y a Aarón en la tierra de Egipto, diciendo: Este mes será para vosotros el principio de los meses; será el primer mes del año para vosotros” (Shemot 12:2).
El primer precepto que recibe el pueblo liberado es el establecimiento del primer mes del año: “Este mes será para vosotros el principio de los meses”, tanto en el sentido nacional como en el individual. El dominio del tiempo es la mejor demostración de la libertad. El esclavo no es dueño de su tiempo, su tiempo es fijado por el patrón. Los esclavos recién liberados podrán ahora disponer de su propio ritmo. Fijarán libremente sus descansos y sus fiestas. Tendrán su propio calendario y su agenda propia.
El tiempo será la columna vertebral de la existencia judía, más allá del territorio. No hay judaísmo sin tiempo judío. La vida judía está pautada por los tiempos de lo sacro y de lo profano, todo en una sofisticada estructura que recorre el año. En definitiva, la vida es nuestra. La opción es nuestra.
La santificación del tiempo precede a la del espacio. El mishkán, el santuario, es la base material para poder llegar al objetivo “Y habitaré en vosotros”. El objetivo no es el ritual que se desarrollará en ese espacio sino la presencia de Dios en la tierra, y el desafío, traer la santidad a la vida, al tiempo. No puede quedarse en el cielo, necesita un lugar en la tierra.
Pesaj es la vivificación del mandato de la libertad en el presente a través del Séder, en el cual “cada hombre debe verse a sí mismo como si hubiera salido de Egipto”, como si hubiera sido liberado, como el mejor de los ejemplos de la educación experiencial. Al mismo tiempo, es aspiración de futuro, meta, brújula y desafío. Nada que sea pura memoria histórica puede perdurar a lo largo de los siglos, salvo que su esencia sea vital y significativa para el presente.
La Redención no está completa… La historia es pensada y concebida como un camino permanente para lograr esa Redención en el sentido de la aspiración mesiánica del establecimiento de una sociedad justa. Forma parte de un proceso del individuo y de la colectividad, que está llamada a dignificar la condición humana. Es en la relación con el otro donde se manifiesta la esencia humana en su dimensión divina, o donde se deshumaniza y se aliena.
Desde hace muchos siglos hablamos de redención en términos de liberación de la opresión de la diáspora y la persecución; por eso la creación del Estado de Israel es considerada por muchos como Hatjaltá de Gueulá, el inicio de la redención.
Hay una tensión dialéctica entre un proceso que se va realizando, el cual es totalmente humano, y un momento de participación divina. El peligro está en confundir esas dimensiones pensando que nuestras acciones o las de nuestros gobernantes son las que Dios quiere que sean. Nuestras acciones son la consecuencia de nuestra propia elección, de nuestra voluntad y de nuestro pensamiento. Intentar hacerlas pasar por los deseos de Dios no es sino un sacrilegio. El Estado de Israel, pensado como inicio de la Redención, debería verse como un eslabón en el camino hacia la institución de una sociedad humana mejor y más justa. La Redención no es un hecho particular nacional sino universal. No es por el hecho de ser Estado que se representa el comienzo de la Redención, sino por lo que simboliza en cuanto la posibilidad de la concreción de una visión de mundo que estará basada “en la libertad, justicia y paz como lo preveían los profetas de Israel”, tal como fuera consagrado en la Declaración de la Independencia.
El Estado de Israel es el principio de la Redención en cuanto encarna los valores de los profetas de Israel. Dejará de serlo si estos valores son pisoteados, despreciados, menospreciados o arrinconados, no solo para convertirse en un Estado como cualquier otro, sino que se correrá el riesgo de llevar al pueblo todo a una gran crisis moral que afectará al pueblo judío en su totalidad.
En nuestros días ello se ve con prístina claridad.
Este Pesaj nos desafía como individuos y como nación a actuar muy concretamente para volver a la propuesta histórica de dar sentido a nuestra libertad y nuestra autonomía. La llegada a la Tierra Prometida necesitó 40 años de deambular por el desierto; destruir lo que se ha logrado tarda mucho menos
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